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DIARIO CLARIN DESTACO UNA NOTA A LA SUARDENSE GEORGINA MELANO

Hace un tiempo atrás en Oxigeno realizamos una nota con Georgina respecto a este mismo tema; desde Clarín se comunicaron con nuestro medio porque estaban interesados en conversar con ella y de allí surgió esta nota que les compartimos:

“Me gusta estar con las vacas”: se crió entre los animales y hoy disfruta de su sueño que se hizo realidad

Para Georgina Melano, su destino parece haberse sellado en su infancia, hija de productores agropecuarios y descendiente de tamberos, trabajó en el tambo familiar de Colonia Anita desde muy pequeña.

Fue allí que nació su sueño que luego puedo transformar en realidad.

Para Georgina Melano el destino parece haberse sellado en su infancia. Hija de productores agropecuarios y descendiente de tamberos, trabajó en el tambo familiar de Colonia Anita desde muy pequeña. Fue allí que nació el sueño de ser veterinaria. Cridada entre animales y tractores, cuando tuvo que elegir una carrera no lo dudó. “Me gusta estar con las vacas”, confiesa, en un alto del trajín diario para almorzar y dialogar sobre su historia.

De lunes a viernes se traslada desde la localidad de Suardi, provincia de Santa Fe, donde vive actualmente, para visitar más de 10 guacheras, en las que hace el seguimiento de los terneros, controlar 3 tambos y un campo de vacas de cría. “El objetivo -explica- es tener entre el 6 y el 8% de mortandad para que le sea rentable al productor”.

Del estudio a la acción

Recuerda Georgina que hace más de 20 años en los pueblos y las colonias había un solo veterinario para todos los animales, fueran chicos o grandes. En ella la influencia estuvo dada por Norberto Ítalo “Popo” Giaveno, veterinario, artista y amigo de la familia, quien sería su referente y mentor durante los primeros tiempos de ejercicio de la profesión. “Cuando me recibí, a los 24, tenía varios trabajos ofrecidos, pero yo quería trabajar con el Popo”, cuenta. Y si bien él tenía dudas (porque nunca había contado con un socio), su determinación logró convencerlo. Al día siguiente de proponérselo ya tenía la llave de la camioneta y de la veterinaria, en una sociedad que duraría más de una década y hasta sobreviviría a sus distintas posiciones respecto a la resolución 125.

Sin embargo, pasar de los libros a la acción no siempre fue fácil. “El primer día que me tocó una cesárea no pude hacerla -reconoce- y llamé a otro veterinario de la zona para que me ayudara”. La experiencia adquirida con el tiempo le darían la confianza y el envión necesarios para desenvolverse sin problemas. Cuenta que, si bien hace tareas como reproducción y control sanitario, al instalarse en Suardi, durante su primer embarazo, comenzaron a llegarle las ofertas en guacheras.

Así es como hoy se dedica mayormente a la crianza de terneros a partir del nacimiento, a quienes se calostra y cura el ombligo y se los cría a parte de la madre, con leche balanceada y agua. “Me fijo -detalla- si alguno está enfermo, si hay inmunidad en sangre, si la vaca está comiendo bien para que produzca bien el calostro; además del descorne, la vacunación y la castración”. Asegura que la leche de las primeras 6 horas es clave para que sobrevivan, por eso insiste en que es fundamental orientar a los tamberos.

Cupo femenino

Hoy, con 45 años y dos hijos, la veterinaria agradece que le vaya bien en lo que hace y que los productores la sigan contratando, si bien advierte la poca presencia de mujeres en su área. “Quizás, como crecí en el campo y haciendo eso, yo considero que puedo hacer lo mismo que un hombre. Por ahí, otros desde afuera opinan que no”, expresa Georgina. Repasa, incluso, un momento en el que, junto a su hermana, cuando tenían 11 y 12 años, hicieron el tambo, porque su mamá estaba embarazada y sus padres tuvieron que trasladarse para un control médico. “Venimos de esa crianza”, asegura. Ahora trata de replicarlo en sus niños, a quienes les gusta acompañarla, al tiempo que ella busca que conozcan, aprendan y comprendan la importancia del trabajo.

Siempre en movimiento y con proyectos, Georgina jamás pensó en buscar otras perspectivas. Ni cuando la situación se puso más difícil ni ahora que en la zona ya la conocen. “Me gusta la gente del campo. Es distinta, más familiera”, describe, y cuenta: “Yo siempre les digo a los chicos que sigan estudiando, que tengan un título, porque el estudio te abre puertas, y después que se vuelvan”. Así como hizo ella, cuando partió a estudiar a Esperanza, aún a costa del miedo de su padre, porque no era algo cotidiano en esa época que una chica del campo se fuera sola a estudiar. “Mi mamá fue la que puso garra para mandarnos, pero mi padre ahora está orgulloso de lo que somos”, asegura.

Huevos ecológicos y un campito

Georgina lamenta que haya habido productores que debieran cerrar por la caída del valor de la leche o por no haber descendencia que quiera quedarse en el campo, y terminen alquilando a los sojeros. “Acá -observa- se apuesta mucho al tambo, porque el régimen de lluvia es poco; y el que nace tambero, muere tambero”. Por eso, en paralelo, afirma que las mejoras en el precio se traducen en inversión, como casas móviles en las guacheras u ordeñadoras en los tambos, así como en tractores o instalaciones. También ella asegura que, si volviera a nacer, elegiría ser veterinaria y se especializaría, como lo hace, en vacas. Es que notó que la pérdida de un caballo se sufre como la de un hijo, mientras que el perro en el campo no se considera el animal que más visita al veterinario.

“Amo esto -resume Georgina- y no cambiaría nada. Pero no sé hasta cuándo va a dar mi cuerpo, aunque ahora hay mejores instalaciones y el trabajo se hace rápido”. Comenta que a unos 500 metros del pueblo tiene un campito de 10 hectáreas, que, actualmente, vive como un pasatiempo. Allí siembra alfalfa y tiene ovejas, burros, caballos, pavos, patos y gallinas. Incluso, los compañeros de su hijo visitaron la granja para conocer más sobre los animales. “Para tambo no tengo tiempo ni podría hacer la inversión”, confiesa, aunque sí fantasea con criar gallinas sueltas para producir huevos ecológicos y también recuperar, en algún momento, la vida de campo, aquella en la que creció, la de los silencios profundos y terrenos extensos, a la que, por ahora, se traslada algunos fines de semana.

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